Sr. Director:
He disfrutado enormemente leyendo el Editorial de M.Praga a propósito de la investigación clínica independiente. Además de estar escrito con lucidez y gracejo contiene un serio análisis de las multiples dolencias que aquejan al investigador clínico “independiente” en nuestro país. Aunque alejado desde hace tiempo del ámbito hospitalario1, no por ello dejo de valorar y admirar la actividad asistencial, docente e investigadora que cotidianamente se lleva a cabo en los hospitales españoles. Sin embargo, algunas de las afirmaciones/reflexiones del editorial me suscitan comentarios que quisiera compartir. En primer lugar creo que M.Praga señala con acierto que la investigación clínica brillante en nuestro país no se sustenta necesariamente en una trayectoria de consecución de proyectos. Y sin duda coincido en que la consecución de proyectos per se, en ausencia de buenas publicaciones, es un pobre criterio de evaluación. Pero el problema no reside en “glorificar” el proyecto sino en evaluar correctamente su desarrollo y resultados finales. En España la evaluación se hace con frecuencia “ex ante”, es decir en el momento de solicitar un proyecto nuevo y en teoría una buena parte de su viabilidad se asocia a la trayectoria curricular del solicitante. Es decir que si el Dr. Praga solicitara un proyecto a una agencia con sistemas de evaluación sólidos, tendría muchas probabilidades de conseguirlo. Otra cosa es que la evaluación deba también realizarse “ex post”, tendencia que está siendo progresivamente incorporada por algunas agencias financiadoras. Una perversión adicional se deriva de la argumentación propuesta en el editorial: la separación conceptual entre la investigación y el proyecto. Los proyectos de investigación en los hospitales (sean de corte básico o clínico) deben servir para dinamizar la vida intelectual de los servicios e integrar a diferentes ámbitos del hospital, además de para financiar personal o material que los desarrollen. Por tanto proyectos siempre, eso sí, y tal como señala el editorialista, con seguimiento y evaluación rigurosa de los resultados. Un segundo aspecto que me gustaría matizar es el del divorcio permanente entre investigación clínica y básica, desencuentro que se vería significativamente reducido no solo si los investigadores básicos en los hospitales miraran en la dirección de los clínicos, sino también si estos últimos, razonablemente incentivados, dedicaran tiempo y esfuerzo a aproximarse al laboratorio. Ello me lleva a comentar la reflexión sobre el programa de intensificación de la investigación propuesto por el ISCIII. Aunque mi laboratorio ha sido financiado sólo en raras ocasiones por este organismo y por tanto puedo hablar con cierta independencia, justo es reconocer su esfuerzo en los últimos años por hacer evaluaciones rigurosas e intentar mejorar el ambiente investigador de los hospitales. La iniciativa del “tiempo protegido” para clínicos con filias investigadoras no está copiada de la investigación básica sino inspirada en el sistema americano donde los clínicos con este perfil son descargados parcial o totalmente de sus responsabilidades asistenciales para así poder profundizar en el desarrollo de sus proyectos. Esta iniciativa aunque seguramente susceptible de mejora en consonancia con lo propuesto por el Dr. Praga, supone al menos una toma de conciencia por parte del sistema. Pero la verdadera revolución no llegará hasta que el curriculum investigador no suponga un auténtico valor de cambio en el sentido mercantil del término. Como señala el Dr. Praga la valoración de la carrera profesional de los clínicos en el sistema público hospitalario de muchas CCAA adolece de criterios obsoletos mirada desde cualquier perspectiva. Volviendo al meollo de la investigación clínica independiente, no cabe duda de que la revisión casuística y el metaanálisis son herramientas poderosas para una buena investigación clínica. Pero no permiten establecer evidencia causal en la mayoría de los casos y por ello es necesario recurrir a ensayos clínicos con fases de intervención y otras aproximaciones. En el laboratorio sucede lo mismo y en el fondo, tras estrategias de pérdida o ganancia de función, tan solo se persigue una aproximación asintótica a la verdad. Con todo, esta investigación clínica independiente es no solo loable sino necesaria para permitir entre otras cosas plantear proyectos mas ambiciosos de los que debe formar parte. No olvidemos que la investigación, como la medicina, es una: la buena, no básica o clínica, sino la bien hecha. Como ejemplo me gustaría llamar la atención sobre el escaso avance en el tratamiento de las enfermedades glomerulares durante los últimos 30 años. Y sin embargo es probable que el futuro venga del conocimiento de una vía abstrusa y compleja descubierta en la mosca, la vía de Notch2. Me pregunto cuantos nefrólogos españoles la conocen y piensan en ella, nefrólogos que dentro de 10 años presentarán comunicaciones sobre fármacos basados en su regulación. ¡Que interesante sería que algunos comenzaran desde ya a integrarla en el acervo de sus preocupaciones y que participaran activamente en la comprensión de su papel en la patología glomerular! Y para terminar, un comentario cariñoso para mi apreciado y admirado investigador clínico. Hace 150 años que Darwin puso a la especie humana en el sitio que le corresponde y a la luz de lo que vamos viviendo no parece que su genoma moral haya alcanzado cotas evolutivas de gran altura. Dice el Dr. Praga que “se está investigando por amor a la verdad…a nuestra profesión y a nuestros enfermos”. Más allá de entrar en una discusión irresoluble sobre la existencia o no del auténtico altruismo, hay pocas motivaciones reales para nuestra especie más allá de la gloria, el poder, el sexo o el dinero. Aunque estoy dispuesto a ilusionarme con la posibilidad de que el Dr. Praga constituya una excepción, sería bueno que los gestores de política científica tuvieran en cuenta estas ideas y sobre todo las propuestas del Editorial, para transformar poco a poco la realidad investigadora de la gran mayoría de los hospitales españoles.