Sr Director
He leído con muchísimo cariño y respeto el artículo de Manuel Praga Terente sobre la Investigación Clínica Independiente en España. Comparto muchos de sus planteamientos, especialmente cuando reivindica que una investigación de calidad en los hospitales no será posible hasta que no exista un reconocimiento material real, no sólo moral, de la actividad realizada. Desgraciadamente, los agentes políticos que deciden sobre la gestión de personal en el entorno hospitalario olvidan sistemáticamente esta premisa, dificultando así el desarrollo de cualquier tipo de investigación de calidad en este medio.
No obstante, a pesar de mi respeto y admiración por el Dr. Praga, no quería dejar de transmitir un punto de vista diferente, aunque no necesariamente contrapuesto, sobre alguno de los temas que aborda. En particular, me gustaría hacer breves referencias al proceso de evaluación, al papel de la Agencias Oficiales en el soporte de la Investigación Clínica y a la dicotomía, sistemáticamente evocada, entre investigación clínica y básica.
La evaluación de un proyecto de investigación es un proceso complejo. En líneas generales, se basa en un análisis combinado de la calidad científica del grupo solicitante y del proyecto. A su vez, los grupos de investigación suelen ser evaluados con un criterio mixto, dependiente de su capacidad para obtener financiación competitiva y del nivel de su productividad científica. Es cierto, como comenta el Dr. Praga, que determinados programas, o determinados evaluadores, atribuyen una importancia relativa excesiva a algunos de estos apartados, condicionando una evaluación sesgada. Los ejemplos que proporciona hacen referencia a grupos altamente productivos sin financiación competitiva y a grupos con mucha financiación competitiva y escasa productividad, que pueden quedar evaluados como “malos” y “buenos”, respectivamente, en algunos de estos procesos de evaluación. Aunque es cierto que eso ocurre en ocasiones, tanto los gestores del proceso de evaluación como los propios evaluadores están absolutamente convencidos de que un grupo de investigación de calidad viene definido por un equilibrio razonable entre capacidad de planificación, incluyendo obtención de recursos, y productividad científica. Y es en ese contexto donde se mueven, considerando casi siempre aquellas excepciones que pueden desviarse de lo habitual. De hecho, en los últimos años, grupos con abundante financiación y escasa producción científica son evaluados, casi sistemáticamente, de forma negativa, mientras que una productividad científica alta, incluso en el caso de ausencia de financiación, suele ser un criterio positivo de valoración.
En este punto, habría que hacer un inciso sobre la última figura hipotética a la que se ha hecho referencia, los grupos de alta productividad científica sin financiación en el medio hospitalario. Es cierto que estos grupos existen, como bien sabe el Dr. Praga. Pero también es completamente cierto que son la excepción que confirma la regla. Incluso algunos de estos grupos han sido financiados sistemáticamente por empresas privadas, con intereses comerciales, con lo que su productividad científica no siempre se ha basado en ideas propias. Incluso considerando esta posibilidad, quedan ciertamente grupos de investigación totalmente independientes, de calidad, no financiados, en los hospitales. Y estos grupos, con un poco de trabajo y de dedicación, podrían haber conseguido ayudas económicas de las Agencias Públicas de Investigación que les podrían haber facilitado su trabajo investigador.
Las Agencias Públicas evaluadoras o financiadotas de la investigación han hecho un enorme esfuerzo, en los últimos años, para dar la relevancia que se merece a la investigación clínica hospitalaria. Basten tres ejemplos. La ANEP, Agencia Nacional de Evaluación y Prospectiva, ha remodelado sus áreas de evaluación, creando un área específica de Medicina Clínica, donde tanto el Coordinador como los Adjuntos son médicos de hospital. El Instituto de Salud Carlos III, en su programa general de financiación de proyectos, incluye un área específica de Epidemiología y otra de Evaluación de Tecnologías Sanitarias, para individualizar determinada investigación hospitalaria con carácter eminentemente clínico. Estas áreas, que agrupan un número muy importante de proyectos, son financiadas con tasas de éxito similares a otras. Finalmente, muchos proyectos de investigación permiten la inclusión de conceptos financiables atípicos, muy diferentes de los clásicos “reactivos de laboratorio”, para atender las necesidades de los grupos que hacen preferentemente investigación clínica. Hay muchos más ejemplos de esta preocupación por la investigación clínica hospitalaria, pero una enumeración exhaustiva parece fuera de lugar.
Una breve referencia final a la dicotomía investigación clínica – investigación básica. Hay que irla olvidando. Hay que dejar de hablar sistemáticamente de este antagonismo. Los investigadores que se identifican como básicos deben ir interiorizando un sentimiento de respeto, profundo y convencido, hacia la investigación clínica. Y los clínicos, comprender que algunas de sus actuaciones futuras van a estar condicionadas por el trabajo de los básicos. Y hablar entre ellos, y tratar de comprenderse que, aunque difícil, es posible. Y hablar cada vez menos, y tratar de hacer desaparecer, ese antagonismo.