La enfermedad cardiovascular representa la primera causa de muerte (30%) en la población trasplantada renal1 y en general en los enfermos renales, siendo la insuficiencia cardíaca descompensada muy prevalente. Los síntomas y comorbilidades más comunes entre los pacientes con fallo cardíaco en estadios avanzados se encuentran la disnea, el dolor, la depresión, la fatiga y el edema. Los diuréticos son el tratamiento principal para la disnea y los edemas, siendo la furosemida el fármaco más utilizado2. Su acción puede disminuir debido a múltiples factores, lo que hace necesaria la vía intravenosa e implica el ingreso hospitalario. Asimismo es habitual la dificultad en la venopunción de estos enfermos. Por ello, el uso de la furosemida subcutánea ha sido descrito en múltiples casos en los últimos años con utilidad paliativa3–6. Describimos el caso de un paciente varón de 65 años que ingresó en febrero del 2016 en nuestro centro sociosanitario para control de síntomas debido a pluripatología compleja y deterioro funcional importante (índice de Lawton 2/8 e índice de Barthel 60/100). Presentaba obesidad mórbida de años de evolución (IMC 48,7), hipertensión arterial, diabetes mellitus 2, síndrome de apnea obstructiva del sueño severa, artrosis generalizada, bocio multinodular, trasplante renal en 1998 por insuficiencia renal crónica no filiada con filtrados glomerulares en torno a 50-60ml/min/1,73m2, linfedema crónico en extremidades inferiores, estenosis uretral intervenida, eventración abdominal de gran tamaño, marcapasos por bloqueo auriculoventricular completo y múltiples ingresos hospitalarios por insuficiencia cardíaca descompensada y episodios de edema agudo de pulmón en el último año. Durante esta estancia hospitalaria presentó nuevamente cuadro de exacerbación de los edemas en las 4 extremidades y pared abdominal, y disnea importante en reposo con desaturación del 80% y disminución del estado de conciencia. Debido a la refractariedad a la respuesta de la furosemida oral a 80mg/8h, prosiguiendo con la función renal estable y siendo la venopunción extremadamente difícil se instauró perfusión continua de furosemida de 250mg/24h vía subcutánea y dada la pluripatología y mal pronóstico del paciente se adoptaron medidas de confort. La respuesta diurética fue positiva, pasando de una diuresis diaria de 400 a 1.000cc/día, con disminución de los edemas y mayor sensación de bienestar. No obstante, el enfermo presentó hematemesis añadida y fue éxitus a los 5 días.
La infusión continua subcutánea se utiliza habitualmente en unidades de cuidados paliativos, siendo escasa las referencias a su utilización en otras especialidades médicas7. Por esta razón, los medicamentos que más se utilizan por vía subcutánea, son aquellos administrados en pacientes terminales, principalmente oncológicos, siendo la experiencia de su uso en otras enfermedades mucho menor. Para pacientes seleccionados con insuficiencia cardíaca avanzada, la infusión continua de furosemida subcutánea permitiría que pudieran seguir su administración en el domicilio, o bien seguir su uso parenteral en caso de haberse perdido la vía endovenosa3–6. Además, a pesar de que puede haber efectos adversos locales, estos son de escasa relevancia4.
Con este caso queremos destacar que, aunque este enfermo tenía muy mal pronóstico, la administración de furosemida en infusión continua subcutánea mejoró la sintomatología relacionada con el fallo cardíaco y disminuyó la agresividad en su tratamiento. En consecuencia, sería necesario llevar a cabo más estudios en el uso de la furosemida subcutánea a nivel paliativo en la insuficiencia cardíaca dada su gran prevalencia y en el caso concreto de la nefrología, valorar su utilidad en enfermos trasplantados renales que llegan a un situación terminal o muy avanzada de la insuficiencia cardíaca pero que prosiguen con el injerto renal funcionante.